jueves, 24 de noviembre de 2011

DE CÓMO hablamos en marxista (sin citar a Marx) - Román Reyes




Porque definir es auto-limitarse, llamo aquí lenguaje ordinario a ese conjunto de proposiciones que describen con estable provisionalidad el sentir más inmediato en sus más variadas versiones: aquellas cosas de tanta importancia para uno, porque termina identificándose con su suma o través de ellas, aunque de poca o relativa importancia para el resto. Por eso, hablar en cristiano --es decir, en roman paladino --  sigue significando limitarse a las palabras de uso común y de discrecional aplicación. Hablar sobre lo que nos está permitido hacerlo y hablar paradógicamente asumiendo sin saberlo los referentes que legitiman el discurso del poder en su versión secularizada. El discurso de la calle no es otro que aquel corpus excluyente que organiza nuestro medio --y a nosotros en ese medio --  en función de intereses a respetar, a reconocer como interés de general y normalizante disfrute. Porque hasta el modelo de disfrute ha soportado, a su vez, una definición previa y excluyente, de difícil revisión.

Lenguaje de la calle, lenguaje conversacional. Lenguaje ordinario. Y un meta-lenguaje de la calle, un meta-lenguaje conversacional. Discurso de la Academia este segundo, lenguaje de la ciencia. Ahí está el solapamiento, la superposición. Y ahí está también la confusión. Ahí, sin embargo, es donde además se localiza la fuente de la crítica. 

La lógica del silencio supone, en consecuencia, hablar ocultando el referente. Pero hablar a su vez mostrando aquello-otro que circunvala, discurre en torno a ese referente que no se atreve a describir. Es tanto como dejar de hablar cuando las palabras hayan agotado su capacidad de remisión. O, en último extremo, tanto como guardar silencio ante lo innombrable. No sólo se guarda silencio ante el abandono, la opresión y la muerte. Aunque en este supuesto, quedarse mudo es el primer momento, el primer acto que activa la revuelta. 


1. PENSAR A MARX: LAS ESTRATEGIAS DE/PARA LA SIMULACION 

1.1 Nos hacemos imágenes de las cosas. Las imágenes configuran lo real. Las figuras que nos rodean son, pues, construcciones útiles. Sirven para organizar modelos micro/macro de equilibrios. Sirven también para organizar mi relación con el medio. El medio es una configuración, un plano consensuado para que en él emerja aquello que llamamos real. Y cuando hablamos de real nos referimos a los trabajos y los días, es decir, los acontecimientos históricos/historiables en los que están co-implicados sujeto y objeto de la relación, incluyendo en este objeto a otros sujetos con los que no se ha entrado en contacto, no se ha establecido una relación de complicidad. Con los que todavía-no se registra constancia de interacción, ni indicios siquiera de haberla existido. Y de la que ni siquiera aún se tiene certeza sobre una eventual posibilidad de establecerla. 

1.2 Nos hacemos imágenes de las cosas, sin que las cosas sean. Es decir, figurando su existencia en su materialidad y/o en su mostración en tanto que cosa para mí. Porque --a pesar de lo que el llamado pensamiento clásico haya sancionado --  no existe cosa alguna por-sí/para-sí, sin más. Entre otras razones, porque no se podría hablar de ellas, ni desde ellas. Nos hacemos, sin embargo, imágenes de las cosas sin que las cosas sean, porque figuramos atemporalmente, haciendo una abstracción, una traspolación -- ¿gratuíta? --  o una (retro)pro-yección a partir de otras cosas que generan nombres, cuyo conocimiento/uso demandan clasificación. Aunque esa figuración más allá del tiempo sea conscientemente selectiva. A esto se acostumbra a llamar función utópica

La función utópica tiene su origen en el orden de la fijación, en el reino de la quietud, en el plano de la intercambiabilidad, en la atemporalidad más negativa. Más allá del bien y del mal contingente, mundano. El hombre tiene/siente miedo a lo estable, si esta quietud conlleva cierre, determinación. El hombre es esa cosa indeterminada, indefinida por principio. La indeterminación supone constatar procesos, que el proyecto que uno mismo sea no ha terminado de encontrar su meta, o tope, o cierre que alguien le imponga. De ahí que ese contradictorio y discutido sujeto de la historia nunca se conforme con lo que tiene, con lo que se siente ser ni con lo que le digan que deba ser. El hombre es ese animal que, por suerte, no ha podido o no ha querido aprender a decir basta. A pesar de que tan insistente y sospechosamente se nos venga recomendando moderación. 

Y de ahí también el rechazo que algunos manifiestan ante cualquier forma de impresión o huella a través de la que algún otro se aventure a llamar por su nombre a las cosas. Por el nombre del interés, por supuesto, antes que por el nombre de su fluctuante consumo. Un no rotundo, por tanto, a la escritura, no menos rotundo que a la palabra. Un no rotundo a la imagen, si todo ello puede suponer para alguien acabamiento, término, clausura. 


1.3 El lenguaje, cualquier sistema discursivo, tiende a acotar su espacio de validez explicativa/interpretativa. Su capacidad como herramienta, su razón instrumental. Son los espacios de su propia comprensión y legitimación. Espacios de difusión y de consolidación. Espacios, en definitiva, de normalización teórico-social, meta-espacios de normalización académico-institucional

Ellos fijan los sub-espacios de toda tecnicidad profesional o intelectual, pero también sirven para (meta)normalizar, para (meta/sobre)educar en un ejercicio de arriesgada y comprometida militancia. Desde la posición de experto, (acreditado)conocedor de la obra de un determinado autor --en nuestro caso, Marx --  o de su transformación en lenguaje crítico, actualizado según o en función de los acontecimientos que obligan a una recurrente y reiterativa revisión. Esto es, re-insertar socialmente los productos de la creatividad, de la imaginación y del trabajo. Pero también a partir del análisis, considerado equívoco, que el lenguaje al uso haga del lenguaje marxista. 

1.4 Hay otros espacios de simulación de lenguajes. Formas de mostración intencionadamente sin referente, sin cargas, vacíos. Son los espacios del análisis del uso y (auto)identificación con ese uso: (auto)reconocimiento por homologación con un uso histórico, con un uso reglado. Las reglas del lenguaje ordinario, conversacional. 

La simulación tiene, en este caso, un nombre, por sí mismo equívoco en los tiempos que corren: manipulación. Pero aquí estamos hablando tan sólo de re-carga intencionada de contenido y referencia. Descontextualización metodológica y programáticamente consciente de un acontecimiento histórico en su fijación o en su posibilidad. La provocación se impone, como también la contestación, el rechazo y la marginación, si alguien que considere amenazada su hegemonía nos descubre. 

1.5 Porque uno pretende ser/sentirse sincero con uno mismo, busca dar cuenta de lo real en su compleja totalidad. Aunque, de optar provisionalmente por lo alternativo, lo haga de otra manera. No termina uno de sentirse cómodo con la imagen que sobre lo real se estima consensuada. Si se da el paso y se habla recurriendo insistentemente a la acotación/puesta entre paréntesis, a la re-definición, uno pasa a formar parte de ese colectivo que ha convertido una determinada actitud en regla de obligada referencia y cumplimiento: el espíritu crítico. 

Se daría el primer paso si invitáramos a analistas de lo realmente existente -- esos que en razón de profesión, dedicación o compromiso han sido acreditados --  para que revisen la adecuación que hasta ahora soportan palabras comunes que utilizamos y cosas no menos comunes a las que nos referimos y a las que pretendemos remitir. En tanto que soporte y legitimación recíproca, de esos cualificados analistas esperamos que nos aclaren a qué cosas se refieren cuando hablan o escriben. Por qué tienen por norma invitarnos a perpetuar ese lenguaje y esa escritura que ellos iniciaron. Como también --con no menos expectación --  de ellos esperamos que nos aclaren qué palabras y por qué no otras, en qué con-textos y por qué no en otros habrán de pronunciarse. 

1.6 Al final vamos tras la conexión perdida, tras un nexo desconocido. Por ello, el discurso de la provocación es el discurso de la marginalidad, de la disidencia. Discursos-límite que, invadiendo nuestro entorno, llegan a comprometer nuestra privacidad. Pero los nombres los (im)ponen los dueños de la palabra, el poder, en sus más sofisticado ejercicio y ramificación. 

Nosotros, sin embargo, seguimos haciéndonos imágenes de las cosas. Por si algún día algún que otro diocesillo ocioso permite que consigan re-crear nuestro mundo, burlar las fronteras que las palabras fijan. Aunque para entonces la voluntad de utopía que lo posibilitara tenga que apuntalarse en/sobre nuevos y por ahora desconocidos supuestos. 

La razón espontánea se convierte así tanto en el marginado como en el disidente en apropiación de lo uno-soporte de nuestra existencia, las cosas, y de lo otro-legitimación de nuestra voluntad de infractores. Que no de otra manera puede el hombre adquirir carta de ciudadanía, si ante la correspondiente pregunta y más allá de cualquier control socio-cultural, se apresura a contestar que vive y --lo que es más atrevido --  que además genera vitalidad



2. PENSAR DESDE MARX: LAS ESTRATEGIAS DE/PARA LA ACCION
Porque después de tanto tiempo -- justo el tiempo que define nuestra cultura --  ya está bien de seguir interpretando, cuando de lo que se trataba era de transformar, la libertad que transforma no es la libertad que se nombra. 

Transformar no es poder tomar decisiones, justo esas que otros nos imponen/nos permiten. Nos hemos cansado de repetirlo. Pero la reiterada repetición sólo ha generado monstruos, no ha producido el efecto deseado: Libertades, en efecto, no son aquellas que nos concedan. Libertad se llama al estado/a las condiciones -- necesariamente nuevas --  que se instaúran al término de una conquista.

Pensar es un ejercicio prudente. Porque es el obligado pre-supuesto de la acción. Pensamos para saber cómo es nuestro mundo. Es cierto. Saber cómo sea nuestro mundo es importante. Porque a continuación podemos saber también cómo debería ser/cómo no debe seguir siendo. 

Desde la Academia se fomentan actitudes ciertamente útiles, aunque peligrosas: es neesario descubrir la lógica que determina un pasado inmediato. Tanto para describir una posible lógica de la negación -- lo que nunca efectivamente sucediera --  como describir otra lógica mucho más alarmante: haber deseado/intentado cosas totalmente-otras que jamás llegaron a suceder. 

Si hemos añadido que, desde la Academia también se fomentan actitudes peligrosas, es por la tendencia a lo fácil, a lo definido, a una casuística cerrada: descubrir/re-producir el conocimiento de lo real, re-producir los correspondientes corpus teóricos y metodológicos que hicieron progresar el conocimiento científico-técnico, sin generar pre-conocimientos, sin diseñar modelos alternativos de explicación y comprensión de la realidad en desarrollo. 

Es cierto que hay un pasado a recuperar. Es la única posibilidad a nuestro alcance para re-cargar las huellas que en nosotros ha dejado el pasado. Para re-definir nuestras señas de identidad. Simplemente para eso. Pero aquí no puede quedarse/detenerse el proceso. 

Tampoco voy a caer en la trampa de reducir lo real a una simple conectiva entre lo otro que ya no es y lo uno que se espera, con mayor o menor expectación: El presente es ciertamente una selectiva suma de instantes --cada uno con su peculiar carga --  a los que sobre-vivimos, sin percibir que las cosas pasan/desfilan ante nuestra mirada, pretendidamente bajo nuestro control. Una mirada dispersa, demasiado distraída de ese ciudadano moderno, saturado de acontecimientos lejanos, acontecimientos-relámpago que se nos muestran indiferentes a la hora de interpretar el inestable mundo de lo inmediato. La angustia continúa, porque con ello no se alcanza ese equilibrio del que se carece. 

Es grave que (pre)ocupándonos tanto por lo otro que los medios nos acercan, no reparemos en lo uno que los sentimientos demandan: Llamar por ello, a las cosas por sus nombres, se convierte así, en un peligroso oficio de ocultación de lo realmente existente. Porque las cosas no generan nombres, no existen ya nombres propios

Imposible entonces la revuelta. Imposible incluso ahora el extrañamiento, salir de lo mismo, para recuperar paradógicamente lo otro --la negación, el margen --, aquello que ha terminado estando más acá, cuando siempre lo habíamos situado fuera. Como proyecto hacia el que se tiende, como amenaza de la que es preciso huir, ante la que se impone ponerse en guardia. 

Las palabras, por eso, son tan equívocas. Por eso las cosas ya no son las cosas. Y si no hay/no puede formularse una definición de cosa, si no se pueden acotar los objetos de la observación, ¿cómo podremos pronunciar palabras que conduzcan a parte alguna?. ¿Qué sentido tienen ahora las viejas teorías, si se han convertido en el anti-modelo, en historia, si para poco más sirven que para dar razón de lo que ya no es?. Hemos sacralizado tantas cosas, hemos adorado a tantos dioses, olvidando que el Olimpo siempre estuvo en otra parte. Ese espacio que, por estar tan cerca, por sernos tan familiar, no lo habíamos identificado con el nuestro. 

Esta es la razón por la que el lenguaje que dice interpretar el presente responde a una lógica de destrucción/anulación, a una lógica de muerte. Es la anti/a-lógica de lo viviente -- lo que transcurre -- , lógica de la esclavitud, del amordazamiento, del sometimiento, de la servidumbre ... de la in-acción.
De tanto llamar a las cosas por su nombre nos hemos ido quedando sin cosas. Y como dicen que el hombre es un ser menesteroso se consuela sustituyendo las cosas que no posee por cosas que pertenecen a otros. Simulando sustituirlas. Grave es que, a su vez, de tanto llamar a los amigos por su nombre -- el nombre de un interés que nos es ajeno --  hasta nos hemos quedado sin ellos. ¿Cómo vamos a pronunciar, a partir de ahora, palabras-acción tan queridas como compromiso o solidaridad



Ciclo "Marxismo hoy. Repensar la sociedad capitalista" | Universidad de Alicante | Texto base de la ponencia presentada | Alicante, Marzo de 1995

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