sábado, 9 de marzo de 2013

Ary Sternfeld: la cara oculta del Sputnik - Servando Rocha


¿Pero, qué sentido tenían aquellas enigmáticas palabras, aquella extraña frase que decía “compañero de viaje” y que, según su esposa, pronunció instantes antes de morir? la respuesta la encontramos en este legado autobiográfico”

Hoy, gracias a las memorias de Ary Sternfeld, padre de la cosmonáutica soviética y diseñador del primer Sputnik lanzado al espacio, conocemos un aspecto inaudito de la historia reciente, concretamente la relación y amistad del ingeniero ruso con el escritor y heroinómano Alexander Trocchi. Además, en el relato de Sternfeld encontramos una pluma ágil y vigorosa, que nos dibuja un valioso retrato de la sociedad estalinista y de los disidentes soviéticos.

Hasta su muerte, en julio de 1980, Sternfeld fue considerado un héroe de la antigua Unión Soviética. Su mujer, Aleksandra, lo recuerda escribiendo hasta el último momento y repitiendo febrilmente la frase “compañero de viaje”. He aquí un gran misterio. Sus memorias (dos inmensos manuscritos de casi seiscientas páginas) comienzan con la descripción de momento emocionante y dramático. Un agotado Sternfeld escribe: “El tiempo se consume y esfuma [ilegible] Los padres de la Unión Soviética han muerto. El diagnóstico es claro: infección aguda que ha terminado por agotar todas mis fuerzas. Me despido de todos y mi único consuelo, mi único recuerdo capaz de iluminarme en estos aciagos momentos, son los hermosos días de París. Jamás olvidaré a mi compañero de viaje”

El Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia, fue lanzado por la Unión Soviética el 4 de octubre de 1957. Antes, se habían realizado otros intentos, pero todos ellos fracasaron. El Sputnik I se convirtió en un hito en la historia moderna cuando logró surcar los cielos tras ser lanzado desde el Cosmódromo de Baikonur en Tyuratam a 370 km al suroeste de la pequeña ciudad de Baikonur, en Kazajistán, entonces perteneciente a la Unión Soviética. Se trataba de un aparato muy pequeño, una reducida esfera del tamaño de un balón de baloncesto que orbitó alrededor de la tierra hasta que finalmente se incendió, desintegrándose el 4 de enero de 1958. El siguiente paso ya lo conocemos: meses después de su lanzamiento, el mundo se estremeció ante una nueva proeza cuando vio volar al Sputnik II que llevaba en su interior a una perrita llamada Laika.


Para entonces, Sternfeld era el heraldo de los sueños de los mandatarios soviéticos que tomaban ventaja en la famosa carrera aeroespacial, cuando dos años antes, en julio de 1955, los Estados Unidos anunciaron a bombo y platillo sus planes de poner en circulación un satélite llamado “Vanguard”. De esta forma, se inició una enloquecida carrera por la supremacía aeroespacial. Ambos países, rivales encarnizados, trabajaron desaforadamente, luchando por ser los pioneros en la conquista aeroespacial. Sternfeld dedicó todas sus horas a este esfuerzo, aunque hoy sabemos que no compartía el ideario supremacista soviético. Sternfeld tenía un rival considerable, el poderoso Werner von Braun, encargado del proyecto Explorer destinado a doblegar a los rusos. Sin embargo, cumplió fielmente su cometido y, gracias al primer Sputnik, la Unión Soviética venció a Estados Unidos.

¿Pero, qué sentido tenían aquellas enigmáticas palabras, aquella extraña frase que decía “compañero de viaje” y que, según su esposa, pronunció instantes antes de morir? la respuesta la encontramos en este legado autobiográfico. Existe una entrada en su diario fechada en febrero de 1952, donde se hace eco de una noticia; a comienzos de aquel año, nuestro hombre sorprendió al mundo cuando en un periódico predijo lo siguiente: “Dentro de cinco años lanzaremos al espacio el primer Sputnik”. Una anotación, fechada poco después, dice lo siguiente: “Hoy he recibido una nueva carta de mi amigo Alexander. Su personalidad se sitúa al límite de todo lo que un soviético puede considerar como razonable. Me recuerda a mi pasión secreta, aquella que alimentó mis años en Cracovia [...]“.

¿Cuál era aquella “pasión secreta” que había terminado por explotar en los días de Cracovia? Para llegar Cracovia, primero tenemos que descubrir París. El pionero de la astronáutica soviética había nacido en Polonia y estudiado en Cracovia ingeniería astronáutica. En su diario, en una entrada del 15 de febrero de 1950, podemos leer que junto a varios amigos ha podido viajar, no sin asumir evidentes riesgos, hasta París. Es un joven espabilado y temerario. Allí, sabemos que visitó a varios amigos suyos, un pequeño círculo de exiliados y alcohólicos. Sin duda alguna, aquella primera visita, a la que siguieron muchas más, marcó el futuro de Sternfled, su mundo interior, el único posible bajo el estalinismo. Regresó a Cracovia cambiado: “Un nuevo horizonte se apareció ante mí – confiesa en sus memorias – Desde ese mismo instante trabajaría en secreto. Mi obsesión será alcanzar los cielos, pero para ello debía actuar”. Fue Samuel Beckett quien le sirvió de inspiración. Beckett, en uno de sus textos, afirma lo siguiente: “Desde este mismo momento nunca haré otra cosa que no sea actuar. No, no debo empezar exagerando. Pero, de ahora en adelante, actuaré gran parte del tiempo; la mayor parte, si puedo. Sin embargo, a lo mejor no lo conseguiré más de lo que lo he conseguido hasta ahora. A lo mejor , como hasta ahora, me encontraré abandonado, a oscuras, sin nada con lo que actuar. Entonces actuaré conmigo. Haber sido capaz de concebir semejante plan resulta alentador”. Y entonces, Sternfeld actuó y actuó, posiblemente hasta el final de sus días. Era su vida la que estaba en juego; la policía política estalinista no le perdonaría sus contactos con la bohemia francesa, su desazón y perdida de fe en los ideales de la Revolución. ¿Estaría actuando también cuando concedió una entrevista instantes después del lanzamiento del Sputnik? ¿Actuó cuando participó en una rueda de prensa internacional donde lo vemos flanqueado por altos cargos del gobierno? posiblemente.

Entre aquellos primeros amigos con los que entabló gran amistad destacaba, precisamente, con el escritor escocés, que entonces vivía en París, Alexander Trocchi. En aquel tiempo, Trocchi había comenzado a escribir El Libro de Caín, cuyo proceso de redacción y ensamblaje duró muchos años y acabó publicándose en 1960. En esta obra, retrata la vida de un drogadicto alucinado (y cuando me refiero a alucinado quiero decir que estamos ante un hombre alucinante). Su nihilismo es sin duda un nihilismo revolucionario. El yonqui, a diferencia de los textos de su colega William Burroughs, es un ser en lucha constante. Su decrepitud adquiere una consciencia, un carácter de enfrentamiento activo y no pasivo contra todo lo decente. A esta tarea se encaminó Trocchi. Desde entonces, Trocchi y Sternfeld compartieron decenas de cartas, regalos mutuos, encuentros y noches que se prolongaron hasta el amanecer. Ambos parecen ser la misma persona. Si Trocchi afirma que “no hay nihilismo más sistemático que el del yonqui en los Estados Unidos”, encontramos una idea semejante en las memorias de Sternlefd, cuando, a propósito de su frustración por no mostrase tal y como era, reconoció tristemente que “no existe mayor desconsuelo y nihilismo, que ser un científico anarquista en la Unión Soviética”.

Pero antes de Trocchi, fue otro escritor el que logró emocionarlo y despertar su interés por el mundo subterráneo. Burroughs, cuya obra puede leerse como una constante confrontación entre la libertad y su negación, y que utiliza como metáfora en numerosos pasajes que hablan de la policía del pensamiento, la misma guerra fría, fue devorada por un Sternfeld enamorado de aquel hombre con pinta de funcionario. Burroughs manifestó que “los científicos son los drogados de la realidad. Siempre tienen que tener algo real en las manos”. Y entonces Sternfeld se sintió un traidor hacia sí mismo. Aquellas palabras lo delataban. Comenzó una profunda depresión, lenta y sistemática, que sin duda debió ser terrible.

Justo antes del lanzamiento del Sputnik (entre 1954 y 1957) aumentó la correspondencia con Trocchi y otros más. Trocchi, gracias a su nuevo amigo, desarrolló un enorme interés por la cosmonáutica, un interés que acabo traduciéndose en la gran frase que pronunció Trocchi durante la famosa Conferencia de Edimburgo de 1962: “Somos cosmonautas del espacio exterior” y que posteriormente Burroughs la hizo suya. Y no sólo él, sino también su colega ruso. Los dos inquebrantables amigos eran cosmonautas, cowboys interestelares. Trocchi, el cosmonauta del espacio interior; Sternfeld, el viajero exterior.

Desde entonces, encontramos numerosas referencias a la cosmonáutica más allá de la cosmonáutica. Este fue el caso de Eduardo Rothe, quien se tomó todo aquello de otra manera. Existen varias misivas entre el venezolano y Sternfeld, donde puede verse la pasión secreta por un cosmos donde la tecnología liberaría al hombre de las cadenas del capitalismo. El espacio representaba la máxima utopía. Así, podemos entender el ardor tecnológico de Rothe, influenciado por Sternfeld, cuando afirmó que “los hombres entrarán en el espacio para hacer del universo el terreno lúdico de la última revuelta: la dirigida contra las limitaciones que impone la naturaleza. Y, derribados los muros que separan hoy a los hombres de la ciencia, la conquista del espacio ya no será una escalada económica o militar, sino una floración de libertades y realizaciones humanas conseguidas por una raza de dioses”. También su huella alcanzó a Uwe Lausen, integrante de la Internacional Situacionista, quién, en enero de 1963, afirmó que “los situacionistas no son cosmopolitas. Son cosmonautas. Osan lanzarse a espacios desconocidos para construir en ellos zonas habitables para hombres no simplificables e irreductibles”.

Todo misterio acaba por revelarse. No existe el crimen perfecto. Siempre hay huellas, vestigios, pistas, evidencias. Sirva como colofón a esta historia casi de amor, una carta que cruzó Europa el mismo día en que el Sputnik atravesaba el espacio interestelar. Fue entonces cuando Sternfled, emocionado, rindió un sentido homenaje a su eterno amigo Trocchi, desvelándonos por fin el misterio de las últimas palabras que pronunciaría antes de morir: “compañero de viaje”. Esta carta dice lo siguiente: “Querido amigo. El futuro nos espera. Caín o Abel. Todos somos uno u otro, por eso espero que tú sepas que toda historia es un continuo ir y venir [ilegible] que todo es posible, que ya nuestra amistad está en otro lugar. Por esta razón, espero que al ver la imagen de mi ingenio llamado Sputnik veas también tu propio reflejo, nuestro sueño de ser cowboys interestelares. Esta es mi ofrenda, para ti, mi querido Alexander: en ruso, Sputnik significa “compañero de viaje”. Tu compañero de viaje, Ary Sternfeld”.


(*) Prólogo leído durante el Primer Maratón de Libros Inexistentes (Madrid, febrero, 2013). Tal y como se afirmaba en la convocatoria, participé junto a “un grupo de escritores y submarinistas, sumergidos a pleno pulmón en territorios imaginarios, siguiendo la estela de Stanislaw Lem o Borges, creadores ambos de bibliotecas que jamás fueron escritas [...] El plan es sencillo: cada participante expondrá brevemente el prólogo de un libro ¡que nunca ha sido escrito! pero que le hubiera gustado que así fuese… La Felguera Editores se ha inspirado en las ideas de gente como Lem o Borges, entre muchos otros, que en sus escritos soñaron, reflexionaron o escribieron sobre volúmenes que jamás existieron, novelas imaginarias, bibliotecas infinitas, ideas que un día desearon que alguien se hubiera atrevido a realizar”

 

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